Febo ya duerme, dejando a cargo
a su melliza albina, mas el frío
titila al Estrellado; yo soy Ío,
y mi soledad turba su letargo.
Alzo mi alma cristalina a Argo,
y no me mira a mi, sino al vacío.
¡Doloroso espanto! Yo ansío
un verso, no un mugido amargo.
Mas cuando al fin el Ave Real mire,
siendo él infinito y yo nada,
como del lamento sólo berreo,
haré que vele mi pesar y suspire,
pues anhelo sin habla ni mirada
transmitir todo el sentir y lo que ideo.
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