domingo, 16 de noviembre de 2014

Alejandro

Ambición consumida y sueño
reconcomido, anhelado y desechado
cual mortal deseo de creerse un dios:
fuiste el emperador ensoñecido,
indomable como Bucéfalo;
magnífica alegoría macedonia
de poder y victoria.

Partícipe de tu propia tragedia,
desafiaste a Zeus,
recelando al águila que observaba
entre el sol de Apolo,
mientras turbias se volvían las aguas
violáceas que Dioniso te entregaba.

Atenea fue justa con tu alma
hasta el fin de tus días; como
diosa ya sabía que a Hades
hace tiempo te habías entregado,
pues muerto te encontrabas,
si más no con libertades...
-pues no hay hombre más libre
que el que a la muerte ya no teme-.

Filipo fue excelente;
tú fuiste excepcional.
Persia cayó a tus pies
y te proclamaste el
nuevo Aquiles; el
segundo Heracles,
altivo y pasional.

Perdido estuviste entre tus propias
tierras;
hombres, -sólo hombres-, que
dudaban de tu gloria
eterna.

Resplandeciente entre ellos
mientras andabas descalzo
por la entrega ígnea
que Prometeo te ofrecía
entre tus clandestinos sueños
de soledad que todo genio
sufre, teme y porfía.

Imperecedero y joven,
moriste en agonías:
fuiste el más magno
de todos los hombres,
el más magno...
Alejandro.