miércoles, 2 de julio de 2014

Recuérdame


No solloces delante de una
lápida fría,
postrado mi nombre, solitario,
como un lírico sin poesía.

No gastes más tus amargas
lágrimas de sal,
terminadas en tus labios, rojizos,
bajo este manto invernal.

No lamentes mi pérdida,
tan insustancial,
mientras el viento tiembla, frío,
en este irremediable final.

No supliques mi regreso,
tan utópico,
tan quimérico; tan irrealizable,
bajo este sino tan caótico.

No susurres mi nombre entre tu
llanto vacío.
Porque no estoy muerto.
Porque nunca me he ido.

No me recuerdes como ahora:
ojos sin vida,
piel de mármol, labios cárdenos,
sin corazón, sin sangre latida.

Recuerda mi mirada, mi rostro
y mi oficio,
mi andar, mis anhelos, mis victorias
y estropicios.

Recuerda fielmente la curvatura
de mi sonrisa,
la viveza y tonalidad de mis claros ojos,
y mi azabache pelo revuelto por la brisa.

Recuerda mi fiereza, mi pasión
desmesurada,
mis temores más profundos,
mis sueños, y mi suerte desdichada.

Fresco y vivo como una flor fría
bajo el rocío...
En su plena juventud, florecida
e inocente, con lozanía y poderío.

Porque si tú me arrinconas en el
lugar vacío,
la parte olvidada, lejana de tu corazón,
entonces sabré que he muerto. Entonces...
Ya habré partido.

Pero si en tus memorias me guardas, y
en el olvido
no acercas tus recuerdos...
Entonces nunca habré muerto,
porque de tu corazón
siempre habré sido.

Porque no estoy muerto.
Porque nunca me he ido.

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